Hace 96 años, el Uruguay despedía a uno de sus más grandes hombres públicos: José Batlle y Ordóñez, el estadista que transformó la estructura política, social y moral del país, y cuya obra aún palpita en el corazón institucional de la República.
El 20 de octubre de 1929 no fue solo una fecha de duelo, sino también de reflexión sobre el legado de quien hizo del Estado un instrumento de justicia social y de libertad.
Su amigo y correligionario Domingo Arena, al despedirlo, lo describió con palabras que resuenan casi sagradas en la historia política uruguaya:
Así se fue Batlle, el hombre más bueno, más justo, más abnegado, más probo, más fuerte que he conocido; una de las contexturas morales más finas que ha producido la humanidad… porque siento demasiado vivamente que el inmenso valor intrínseco que fue su vida, no podrá perderse jamás, por haberse incorporado, total y definitivamente, al alma colectiva de un gran partido.”
Batlle no fue solo el conductor de un proyecto político: fue el arquitecto de un país moderno, el que comprendió que el progreso no podía medirse solo por la riqueza, sino por la dignidad del ser humano. Desde la creación de las empresas públicas hasta la defensa de los derechos de los trabajadores, laicidad, educación, igualdad y libertad de conciencia, Batlle y Ordóñez moldeó un Uruguay que se atrevió a ser vanguardia en el continente.
Su pensamiento trascendió lo partidario: fue un humanista en acción, un reformador que puso al Estado al servicio del pueblo sin caer en el autoritarismo, que defendió la democracia como ejercicio de razón y solidaridad.
Su concepción de la política era moral: el político debía servir, no servirse; debía construir, no dividir.
Hoy, al recordar su muerte, celebramos su vida. Porque Batlle no pertenece al pasado, sino al porvenir que soñó: un Uruguay de justicia, de igualdad y de libertad responsable.
Su espíritu vive en cada derecho conquistado, en cada avance institucional, en cada gesto que reafirma la fe en la República.
Por eso, a casi un siglo de su partida, repetimos con gratitud y orgullo:
¡Viva Batlle, viva Batlle, viva Batlle por siempre!

